Desde su infancia en Santo Domingo nunca encajó en ningún lugar. A golpes, la enseñaron a despreciarse a sí misma. Se encerró en una secta evangelista. Luego en los estudios, que la salvaron de la depresión, pero la volvieron a meter en una jaula. Ya de adulta encontró una puerta para escapar, para ser por fin libre. ¿Cómo se desbloquea el deseo cuando ha estado encadenado tantos años?
Por Abril Mulato
I. La vírgen negra
En mitad del pasillo de un mercado de la Ciudad de México, entre frutas y verduras, ropa de segunda mano y ofertas de videojuegos a 15 pesos, se alcanza a ver un altar a la Virgen de Guadalupe.
Ahí a tan solo unos pasos se encuentra Mikaelah erguida sobre unas plataformas negras y apenas cubierta por un diminuto vestido de encaje color rojo. De su cabellera trenzada se sostiene un velo largo y obscuro, del cuello le cuelgan dos rosarios y a la altura del vientre se asoma una panza de embarazo.
Un comerciante pasa a su lado empujando un diablito con mercancía y la ignora, una niña corre por el mismo sitio y no la ve, dos personas mayores descansan los pies en una estrecha banca de piedra y lo mismo. Ninguno sabe que pronto se convertirán en el público de uno de los performances de Mikaelah Drullard Márquez, la mujer trans, afromestiza, negra matatana, heterodisidente, travesti, anticolonial, voguera y marica.
“¡Vamos a dar a luz en este lugar y siento un profundo dolor. Siento un profundo dolor en mi corazón y en mis piernas, siento que una serpiente me está caminando por toda esta piel negra, por este cuerpo negro, por este cuerpo caribeño, por este cuerpo migrante, por este cuerpo dominicano. Siento que una serpiente, aquella que fue satanizada por la iglesia, me está caminando y siento que en este momento voy a dar a luz!”, grita Mikaelah.
Nadie muestra interés, por ahora solo quien la está grabando y transmite el espectáculo vía Instagram le presta atención. Ella prosigue.
“¡Necesito alcohol para poder sentir esa carne que va a parir! ¡Que va a parir aquí delante de la virgen María que es capaz de dar a luz también a travestis, a negras travestis y siento este dolor y ya no lo soporto (…) Estos cuerpos también son capaces de dar vidas abyectas. Estos cuerpos también son capaces de hacer lo innombrable. Estos cuerpos también son capaces de hacer aquello que nos han prohibido”, exclama al tiempo que vierte en su cuerpo un líquido rojo y espeso que simula sangre.
Los chiflidos no se hacen esperar, las palabras vírgen-María-mujer-travesti en una misma oración los detonan. El señor que descansaba en la banca ya no descansa, si se pudiera ver a través del cubrebocas su cara estaría roja. Mikaelah continúa y simula cortar la protuberancia en su vientre. Sus piernas se pintan de rojo, grita, llora, se revuelca en el piso y exclama: “He dado a luz un plátano, un plátano que me meteré hasta el fondo, un plátano que me va a hacer venir”.
Nadie aplaudió a la madre del plátano, más bien tuvo que salir corriendo por miedo a que la agarraran a madrazos.
De lo que Mikaelah no pudo huir fue de las agresiones en la web. Lo que para ella fue un performance para responder a la transfobia católica y eurocentrada que reivindica mitos violentos de la iglesia católica y que se usa para justificar el odio contra las mujeres trans, para otros mostraba al “drag —una muestra de la envidia masculina hacia las mujeres—”, un teatro que se saliió de control y hasta la violación de un hijo.
Los días siguientes mujeres que se identificaron a sí mismas como feministas radicales trans-excluyentes (TERF) compartieron fragmentos del performance sin contexto en Twitter e incitaron a sus seguidores a agredirla. “¿En dónde están esos inexistentes hombres”transfeminicidas” a los que supuestamente inspiramos cuando se les necesita?”, decía uno de los tuits. Al llamado respondieron varios, demasiados.
México, país en donde actualmente reside Mikaelah, es el segundo país con más asesinatos de personas trans en el mundo después de Brasil.
II. Niñe marica y religiosa
Mikaelah está sentada en un café de la Colonia Juárez en Ciudad de México y sostiene una taza de té con unas manos cuyas uñas largas brillan y están meticulosamente arregladas.
“Yo siempre he dicho que soy exiliada sexual de República Dominicana por la marica que representaba ahí. Fui una persona que siempre despreció internamente lo que yo deseaba, nunca fui una persona heterosexual, un niño heterosexual, siempre fui un niñe marica que fue escondido por su padre porque era demasiado femenino para presentarlo públicamente, porque siempre podría hacer algo que podría generar vergüenza en mi papá, como agarrar una muñeca, sentarme, buscar las amiguitas y caminar de cierta manera”.
Los golpes siempre estuvieron presentes durante su niñez. Si colocaba la mano de cierta forma o las movía con cadencia venía el manazo porque “los niños no mueven así las manos”. Si se peleaba en la escuela porque le decían que “actuaba como mujercita o mariconcito”, lo expulsaban y lo enviaban a casa en donde le esperaba algo peor.
Su padre usaba una extensión que normalmente se usa para conectar electrodomésticos para golpear a Mikaelah. El cable además estaba estratégicamente trenzado para que cuando tocara su espalda el dolor fuera aún más intenso. “Debo de reconocer que mi padre nunca me abandonó económicamente, he encontrado la forma de perdonarlo, incluso he encontrado la forma de reconocer que me amó y me quiso. Pero también yo debo reconocer que me lastimó”, dice Mikaelah.
Su papá era un camarero que apenas terminó segundo de secundaria con el que Mikaelah nunca pudo sentarse a hablar. Juanita, su madre, era la defensora y cada vez que su padre amenazaba con sacar a “ese muchacho” de la escuela ella se negaba rotundamente. “Ella decía ‘no, yo voy con Waquel, que así me llamaba antes, hasta él hasta el fin del mundo’ y cuando me expulsaban de una escuela a mitad de año ella buscaba otra”, recuerda.
Fuera de casa las cosas no iban mejor. Mikaelah describe a la que fue su tierra como un lugar fundamentalista plagado de grupos evangélicos pentecostales que desde las 6 de la mañana se apoderaban de los espacios públicos con megáfonos, bocinas y micrófonos para realizar vigilias. Todavía no había salido el sol y ya había voces en la calle que le ordenaban: “Arrepiéntete”, “el diablo te va a llevar”, “Cristo viene pronto”, “arrepiéntete”, una y otra y otra vez.
El mensaje surtió efecto en Mikaela que recuerda una infancia llena de miedo. Hasta sus 17 años formó parte de aquellas sectas religiosas a las que tanto temía.
“A mí me decían te tienes que negar a ti misma si quieres ser alguien en la vida, si no quieres ser repudiada por esta sociedad. Cuando yo veía las vidas maricas, homosexuales y travestis del barrio, eran vidas horribles, eran vidas invivibles. La gente cuchicheaban: ‘Ay como que a fulanito le gustan los hombres’ y hablaban del tipo negro que vivía solo y era constantemente señalado por el barrio. Era una situación muy terrible”, cuenta Mikaelah mientras peina su cabello con sus uñas rosas y se disculpa por no pronunciar las eses, “al final sigo siendo de la isla”.
Luego de unos segundos le da un sorbo a su té y dice: “Yo aprendí desde muy pequeña que no ser heterosexual, no ser varón, no ser recto, era la peor cosa que podía hacer, y eso fue tan fuerte que lo que hice fue encerrarme en mí misma”.
III. Erudita poderosa
Cherly era la típica niña del salón que todos adoraban, la ñoña de coletas que siempre levantaba la mano y que siempre aparecía en el cuadro de honor. Fue compañera de Mikaelah en el bachillerato. Ella nunca lo supo pero fue quien la motivó a dejar de lado la depresión por la que atravesaba a los 13 años y quien involuntariamente la incitó a estudiar más, pues provocaba en ella un fuerte sentimiento de competitividad.
Mikaelah recuerda escucharla hablar en clase y estar completamente segura de que la mayor parte del tiempo lo que salía de su boca estaba mal. Eso le dio un propósito. Todos los días al volver de la escuela se sentaba en una mesa a estudiar durante horas. Ya entrada la noche prendía su lámpara de trementina y seguía.
En poco tiempo Mikaelah desplazó a Cherly y se convirtió en la primera de la clase, pero además consiguió lo impensable, que los que la rodeaban la vieran desde otro lugar. “Ya no veían a la marica, al mujercita sino que me veían desde una respetabilidad que yo por primera vez probé. En el barrio me respetaban, en la escuela me veían distinto y sentí poder”, dice sonriendo.
El desempeño académico de la joven Mickaelah le permitió ingresar a una de las escuelas más importantes del país, se posicionó como uno de los mejores promedios de la isla al terminar el bachillerato y hasta recibió una medalla de manos del expresidente Leonel Hernández. Su destreza en los grupos de debate le permitieron salir de su país y viajar a lugares que jamás había imaginado como Nueva York y París.
Cuando cuenta todo esto, se emociona, pero no tanto como cuando recuerda el traje azul que su mamá le compró en la paca para poder viajar. “Me dijo ‘tú no te vas a ir a Nueva York con esa ropa’ y no sé cómo le hizo, pero me compró un traje que yo recuerdo que costó como mil y pico de pesos dominicanos y con ese fui a todos lados. Lo mandábamos a la tintorería, nos dábamos el lujo porque cómo lo íbamos a dañar”, cuenta Mikaelah.
Parte de ese traje azul—el saquito— fue una de las prendas que la dominicana eligió llevar consigo cuando le otorgaron una beca para viajar a México y estudiar la licenciatura en relaciones internacionales. Ya no lo usa como antes, pero todavía le queda, “medio baggy”, pero le queda.
Cuando llegó a tierra azteca , trabajó en bazares de ropa para completar sus gastos y paralelamente hizo un voluntariado en Amnistía Internacional que le permitió involucrarse con el contexto político de derechos humanos en México. Luego estudiaba y luego trabajaba, pero ¿y lo demás? “y yo ¿dónde quedé?”. Mikaelah se había convertido en una intelectual, tenía un puesto importante en una ONG, había encontrado ese poder en la cultura y el conocimiento, algo que la protegía de la violencia y el desprecio, pero ¿dónde habían quedado sus deseos, su placer, su sexo?
“Por mucho tiempo mis estudios bloquearon totalmente mi sexualidad y mi expresión de género. Estaba en un espacio de confort y no quería ver otra cosa, pero cuando por fin me percaté de esa otra dimensión de mi vida, fue algo muy fuerte”, comenta Mikaelah.
IV: Mueve el culo y dale chapa
Decenas de personas están de pie dentro de un espacio iluminado con luces led de colores. Hay quienes muestran sus torsos desnudos y quienes presumen faldas casi inexistentes, shorts de vinipiel y uno que otro antifaz. Esperan mientras de fondo se escuchan beats de música electrónica agudos y repetitivos.
Al rato entra al cuarto Mikaelah usando un vestido largo transparente, una tanga y unas botas rosa fosforescente. Hoy sí hay aplausos. Camina y se contonea provocando los gritos de los presentes.
“Ese culo se merece todo, mi amor”, se escucha a lo lejos. Otra vuelta y una sonrisa, Mikaelah es una profesional y los seduce. La gente enloquece: “¡Aquí está la resistencia trans!”, gritan sus fans en repetidas ocasiones.
Quienes la conocen saben que no es raro encontrarla en alguna de las pasarelas del ballroom que se organizan en la Ciudad de México. Para ella el baile, la pose, el runway y el performance “son una potente arma política”.
Esa escena que nació en los años setentas para permitir que personas que se sienten rechazadas y marginadas por la sociedad heteronormativa se expresen libremente ha sido para Mikaelah un escape y una posibilidad de transformación.
“Eran vidas que estaban literalmente en la alcantarilla destinadas al fracaso, a la muerte, y en el ballroom se celebraban. Se abrían categorías como la de profesora universitaria, entonces te vestías y te comportabas como un empresario de Wall Street o una supermodelo. El Ball surge como una cultura donde las personas imaginaban un futuro vivible”.
Pero más allá de la importancia cultural e histórica que representa el Ballroom para Mikaelah, a nivel personal esta escena le permitió conectar con su sexualidad, su deseo y su belleza.
En las pasarelas de ballroom Mikaelah peleó y consiguió su lugar en el “mundo de lo bonito” en el que nunca pensó que tendría cabida. “Siempre fui una persona que se escondió mucho por no considerar que fuera una persona atractiva o alguien que otra persona pudiera desear y con el ballroom comencé a sentirme así”, confiesa.
Mikaelah nunca ha caminado de manera masculina. Cuando era pequeña y su mamá la mandaba al colmado por arroz las vecinas la veían y decían: “Mira ese niño le salió dañado a Juanita” solo por su forma de andar. Hoy quien la conoce le dice “es que todo el tiempo estás modelando”. Sí.
“Cuando yo entro ahí comienzo a competir y a entenderme como la Naomi Campbell de la escena ballroom mexicana, como una mujer guapa que cuando llega a un lugar no pasa desapercibida. Me encanta llegar y saber que estoy impresionante, que se me ve un cuerpazo, que estoy guapísima y que me voy a poner más sabrosa. Así es mi personalidad, esa soy yo ahora”, dice hinchando el pecho.
V. Santa Mikaelah
2022, el cambio, la metamorfósis. El año en que esa carne negra, dominicana y aguerrida que salió de una isla del Caribe y que recorrió ciudades europeas y pasarelas mexicanas underground comenzó a llamarse Mikaelah. El nombre lo inspiraron Micaela, la ama de una plantación que aparecía en una telenovela brasileña y una santa española, Santa María Micaela del Santísimo Sacramento. Utilizarlo, aunque escrito diferente, siempre tuvo un objetivo muy claro: ensuciar lo que representaban ambos personajes.
“Voy a dejar este cuerpo y lo habitaré de otra forma/lugar”, escribió en Instagram el 24 de junio de 2022 para darle paso a una nueva vida, aunque el proceso había iniciado muchos años atrás. A Mikaelah siempre le quedaron chicas esas etiquetas clásicas de lo gay, lo homosexual y en algún punto también las nomenclaturas —marica, heterodisidente, no binaria, travesti— que en algún momento adoptó.
Mikaelah transitó o como ella lo explicó en una reflexión de septiembre del mismo año se “fugó de ese cis-varon-nombramiento impuesto y se refugió en la transitividad” para dar paso a una transformación radical que como era de esperarse no fue sencilla.
Su trans-vida enchinchó a varios. Algunos hombres gays le preguntaron “¿pero por qué? Si estás/estabas bien, si te ves bien, ¿por qué quieres ser mujer?”. Los heterosexuales la llamaron una contradicción sin sentido. Algunas feministas le aseguraron que al haber crecido como hombre había gozado de privilegios y que por lo tanto jamás podría ser mujer.
“Yo desde siempre he sido insuficiente para los hombres cisexuales y heterosexuales, tanto que ni querían jugar conmigo en mi infancia. Luego transité y algunos hombres gay me decían que estaba mal por querer ser trans y las feministas radicales que fui socializado como hombre y que soy masculino y que las quiero borrar ¡pero si me expulsaron!”, exclama Mikaelah irónica. “Ahora ellas me dicen que no puedo ser mujer a pesar de que yo nunca habité esa masculinidad hegemónica”.
Mikaelah suspira y reitera lo que tantas veces ha dicho en sus transmisiones de Instagram, posteos de TikTok, foros de discusión y podcasts. “Yo no quiero borrar a nadie porque yo existo con apellidos, soy una mujer trans negra y tengo un lugar y una ubicación muy concreta en el mundo”.
Para Mikaelah una popola, como le dicen a la vagina en República Dominicana, no hace a una mujer, pero la sociedad es universalizable y entiende que la única forma de ser mujer es desde una perspectiva biologicista construída por hombres blancos y heterosexuales. Pero su cuerpo es el de una mujer trans, una desbordada y en resistencia.
Mika se ha enfrentado también a la fetichización de su cuerpo y los mensajes que recibe por redes de hombres heterosexuales, muchas veces casados, lo prueban.
“¿Quién puede amar este cuerpo? ¿Cómo estos cuerpos pueden ser construídos como horizontes de vida donde se puede depositar y se puede encontrar amor ¿Cómo estos cuerpos pueden ser más que un fetiche?”, cuestiona Mikaelah en una publicación de Instagram reciente. “Yo me declaro un cuerpo merecedor de amor, un cuerpo merecedor de deseo, de besos, de cariños, un cuerpo merecedor y que es capaz también de amar a otras vidas”.
Las batallas de Mikaelah Drullard, mujer trans, afromestiza, negra matatana, heterodisidente, travesti, anticolonial, voguera y marica, se siguen librando y en ocasiones la han hecho sentir indecisa, rota e incluso con ganas de parar, pero sus ganas de vivir y de explorar todo aquello que le ha sido negado no se lo permiten.
“Mi venganza es ser bonita, mi venganza es trans”, dice Mikaelah mientras se peina las trenzas y sonríe orgullosa.